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jueves, 3 de junio de 2010

El Centenario de Miguel Hernández



Autodidacta, pastor, intelectual, republicano, víctima del franquismo y muerto prematuramente a sus treinta y dos años de edad, el español Miguel Hernández “sigue deslumbrando a sus lectores”, como bien afirma Jorge Valdés Díaz-Vélez y somos cada vez más quienes, como el orielense a su entrañable amigo Ramón, hemos querido “ser, llorando, el hortelano de la tierra que agrupas y estercolas, compañero del alma”.

Este 2010, el autor de El rayo que no cesa, Viento del pueblo, El hombre acecha y Cancionero y romancero de ausencias – este último escrito en el calabozo fascista donde encontró la muerte –, habría cumplido su primer centenario.

Los textos de De Pablo, Díaz-Vélez, Diez Revenga, García Montero, Herrera, López Vega y Marina, incluidos en este número, del que visualizamos la tapa, celebran y rememoran a una de las voces insustituibles de la lírica hispana. Agradecemos a Luis María Marina su muy valiosa colaboración en la confección de este homenaje.

La Jornada Semanal, es dirigida por Carmen Lira Saade y el Director Fundador, es Carlos Payan Velver. El Número 795 del domingo 30 de mayo, tiene la tapa que les ofrezco, con unas notas imperdibles del poeta español. Gracias al aporte de nuestro colaborador, el escritor de Málaga que nos envía material muy valioso, accedí a este homenaje literario realizado a Miguel Hernández. Por ahora, les regalo tres poemas suyos, de mucha calidad y calidez.

Eterna sombra
Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.

Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.

Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.

Soy una abierta ventana que escucha.
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.

Soneto final
Por desplumar arcángeles glaciales,
la nevada lilial de esbeltos dientes
es condenada al llanto de las fuentes
y al desconsuelo de los manantiales.
Por difundir su alma en los metales,
por dar el fuego al hierro sus orientes,
al dolor de los yunques inclementes
lo arrastran los herreros torrenciales.
Al doloroso trato de la espina,
al fatal desaliento de la rosa
y a la acción corrosiva de la muerte
arrojado me veo, y tanta ruina
no es por otra desgracia ni por otra cosa
que por quererte y sólo por quererte

Canción última
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza

Miguel Hernández